Perderse soñando
Dulce Berenice Caraveo Lora
Esa
chica, la que bebe leche con chocolate mientras vuela por los aires, se llama
Daniela. Tenía casi diecisiete la noche en que se fue a dormir y ya no despertó.
Ahora, sin saber cuántos años han pasado, no conoce su edad. El sueño que
convenció a Daniela de quedarse siempre dormida fue uno en el que tenía súper
poderes y salvaba a un caótico mundo. Esa noche, la chica tomó conciencia de
que estaba soñando y de que en ese mundo podía hacer lo que quisiera, por lo
que decidió jamás volver al mundo terrenal. Sin embargo, ahora no sabe cómo
dejar de soñar.
Al
principio fue genial, todo lo que quisiera lo tenía a su disposición. Correr a
velocidades inimaginables, caminar sobre montañas de dulces y respirar dentro
del océano, era un poco de lo que podía hacer. Viajaba al espacio, visitaba
planetas con suelo de lava y comía estrellas de caramelo.
Todo
se volvió una completa pesadilla cuando en los planetas surgieron monstruos
horribles con deseos de hacerle daño y, cuando del cielo, una lluvia ácida
empezó a caer quemándole su piel; aunque en ese universo ella podía curarse en
cualquier momento, el dolor se sentía muy real.
Lo
peor, fue cuando la soledad apareció, a pesar de que ella podía crear a seres
increíbles, ninguno se sentía verdadero, pues buenos o malos, eran sus propias
creaciones, lo que significaba que eran falsas y que no tenían vida propia.
La
desesperación era muy recurrente para Daniela. Su existencia se basaba en
llorar y es que, aunque en ese lugar no existiera el tiempo, ni un espacio
definido, ella sentía como si hubiera pasado una eternidad y, lo más
desagradable, era que no envejecía nada. Y es que, a pesar de que su cuerpo fuera
la de una adolescente, su mentalidad no era la misma; se sentía con más madurez
y experiencia.
Comparando
su experiencia en ese mundo de sueños con los cuentos de Peter Pan, Daniela
prefería tener a un montón de niños perdidos e incluso al capitán garfio
persiguiéndola, que vivir en soledad rodeada de seres sin conciencia alguna. A
veces, recordaba a su familia y amigos, pero esos recuerdos eran pasajeros; se
espumaban en segundos, quedando como sombras de la vida que una vez tuvo.
En
la actualidad, mientras vuela en el aire sosteniendo una leche de chocolate en
su mano, Daniela recuerda la palabra que dijo para quedarse en ese mundo. Abre
su boca sorprendida y dice:
-
¡Es mi deseo vivir una vida de sueños mágicos!
De
repente, su mundo de dulces, caramelos y seres mágicos, se comienza a derrumbar.
Una ola de luz negra cubre todo, hasta que la oscuridad llega a ella y la
absorbe por un túnel. Daniela, mira hacia arriba de ese túnel y ve a una luz
blanca, brillante, demasiado luminosa.
Cuando
llega a la salida del túnel, ya no está en su mundo mágico, está en un cuarto
blanco rodeada de instrumentos médicos. Una maquina a su lado no deja de pitar,
la cabeza le duele y siente su cuerpo pesado. Estira su mano y desconcertada la
ve llena de arrugas. Una enfermera entra y dice: ¡Ha despertado de su coma de
más de cuarenta años!
Fin
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